Tomando la ciudad mas grasa de USA como cabecera de playa para luego dar un salto hacia Mexico, llegamos a Miami en agosto del '94. Salvada ésta primera etapa, emprenderíamos un periplo con Dicky y su mujer –Conchita Consuelo (sic)- a bordo de su Izuzu Trooper , atravesando por tierra el sur de USA con destino a México y luego a Guatemala; así lo habíamos planeado con Dicky y Sandra.
Para financiar tamaña aventura decidimos reventar sendas Visa y Dinners card hasta el límite de sus cupos. Cargamos la 4x4 de mercadería y encaramos el circuito –sin la presencia de Consuelo, que, embarazada de dos meses viajó en avión directo a Guatemala.
El embarazo, y la partida de Consuelo modificaron los tiempos del viaje: lo que debió ser un tour de placer sin tiempos preestablecidos se transformó en una alocada carrera contra el tiempo desandando interminables y desencantadas autopistas yankees e insufribles rutas mexicanas. Aquella idea primitiva mutó sin previo aviso y de golpe nos vimos envueltos en una vertiginosa marcha para que Dicky reencontrara su Consuelo –cuanto antes, siempre cuanto antes- en Guatemala City. Y hacia allá fuimos, con prisa y sin pausa.
Si bien el tono del viaje fue el vértigo, hubo algunas paradas memorables.
Aquella mañana luminosa en Palenque, visitábamos las imponentes ruinas mayas en medio de la selva lacandona; cuando –ya agobiados por el sol y los mosquitos impiadosos que asolaban nuestra piel- en medio del verde Yucatán aparece un charro montando al trotecito su pequeño corcel con cargamento de hongos en bandolera... y si... dijimos ¡si!!! sin vacilar -ni siquiera averiguar la procedencia ni la calidad del cucumelo en cuestión...
De regreso a la posada, estimulados por el plan, chamuyamos a una galleguita que se alojaba en un bungaloo contiguo, y que dispuesta se sumó al menú... -menudo presente de troya, sin saberlo, le estábamos dejando...
Al mediodía Dicky y yo girábamos salidos de órbita intentado accionar la partida a San Cristóbal de las Casas ante la compasiva mirada de Sandra -que sabiamente se abstuvo de la ingesta... y partimos.
En estado de creciente y cabal intoxicación nos adentramos en la cerrada vegetación selvática. Dicky, risueño al volante, internaba con decisión al Izuzu que ascendía por una estrecha y sinuosa senda de montaña.
La topografía se intrincaba espiralada al compás del hongo que desplegaba sinuosamente su veneno en mi circuito sanguíneo invadiendo mi cabeza con alucinadas sensaciones. Y en una curva mis circuitos colapsan y deviene lo indeseado.
De repente todo gira en una sucesión de espasmos que, combinando fuerzas centrífugas y centrípetas, arrastra mis entrañas hasta expulsarlas por cuanto orificio encontrarasen en su recorrido. El tsunami avanza implacable y una incontinencia de líquidos brota enloquecida sin que yo pueda intentar orientar su dirección.
Todo se cubrió de mierda y bilis. Los jugos más horribles surgían como un fétido magma de mis esfínteres descontrolados.
Ante la hecatombe, Dicky detiene el móvil a la vera del camino pretendiendo que mis detritos no manchen su preciado vehículo.
Ante la hecatombe, Dicky detiene el móvil a la vera del camino pretendiendo que mis detritos no manchen su preciado vehículo.
Al toque se acerca una indiecita maya con una guagua cargada a sus espaldas, otra en brazos y una tercera agarrada de su poncho. En un segundo el móvil es rodeado de ambos flancos por varios pequeños que intentan vendernos guacamoles, papayas y bananas.
En ese preciso instante atino a sacar el culo excretor por la ventanilla mientras el extremo opuesto de mi castigada anatomía -la cabeza- vomita sus miasmas sobre el asiento adyacente.
En el vórtice de mis impúdicas descargas veo como los demudados rostros de las criaturas palidecen ipso-facto ante la escena. Simultáneamente escucho los gritos horrorizados de la india que, espantada, intenta apartar a los niñitos del ominoso y escatológico espectáculo que imprevistamente se despliega ante sus ojos incrédulos.
La delirante situación y los crispados gritos de la india que –indignada- arriaba a los niños batiéndose en retirada, profiriendo su maldición de Malinche entre gestos de ira, lo que genera en nuestra tripulación un colectivo e incontenible ataque de risa que hace todavía mas intensas mis compulsivas descargas.
Deshidratados, heridos y malolientes llegamos al puesto sanitario de San Cristóbal de las Casas que después de reconstituir compasivamente mi calamitoso estado sugiere un descanso reparador.
Pero Dicky, aferrado al volante no transaba ni un día de descanso –aún ante aquel clamor de esfínteres descontrolados en medio de la selva lacandona que ni un avezado Comandante Marcos hubiera podido conculcar...
La hecatombe se llevó varios kilos de mi persona y recién al cabo de varios días logré recuperar mi averiado organismo de aquellos inocentes "honguitos mayas".
Nos prometimos regresar a Yucatán, aún antes de haber partido.
En el vórtice de mis impúdicas descargas veo como los demudados rostros de las criaturas palidecen ipso-facto ante la escena. Simultáneamente escucho los gritos horrorizados de la india que, espantada, intenta apartar a los niñitos del ominoso y escatológico espectáculo que imprevistamente se despliega ante sus ojos incrédulos.
La delirante situación y los crispados gritos de la india que –indignada- arriaba a los niños batiéndose en retirada, profiriendo su maldición de Malinche entre gestos de ira, lo que genera en nuestra tripulación un colectivo e incontenible ataque de risa que hace todavía mas intensas mis compulsivas descargas.
Deshidratados, heridos y malolientes llegamos al puesto sanitario de San Cristóbal de las Casas que después de reconstituir compasivamente mi calamitoso estado sugiere un descanso reparador.
Pero Dicky, aferrado al volante no transaba ni un día de descanso –aún ante aquel clamor de esfínteres descontrolados en medio de la selva lacandona que ni un avezado Comandante Marcos hubiera podido conculcar...
La hecatombe se llevó varios kilos de mi persona y recién al cabo de varios días logré recuperar mi averiado organismo de aquellos inocentes "honguitos mayas".
Nos prometimos regresar a Yucatán, aún antes de haber partido.
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