lunes, 6 de abril de 2015

ALTIPLANO, QUECHUA & AYMARÁ



Ø  ALTIPLANO, QUECHUA & AYMARÁ
              
Enero, aquel del ‘77: Viajo a La Paz, Bolivia, por una propuesta laboral (¡¡¡dar allí clases de expresión corporal!!!) que finalmente no se concreta. Pero ya estoy de nuevo en movimiento. Atrás quedaron el lastre y la querencia; todo lo que venga de ahora en más es recibido con curiosidad y buena disposición, estoy abierto a un destino –el mío- que se va dibujando a pesar mío.

Imprevistamente surge un trabajo como iluminador en el Teatro Municipal de La Paz, duración: 2 meses. Sin preparación previa y con un desconocimiento absoluto del metier, el debut es catastrófico. 
Función estreno del Ballet Nacional Boliviano: puesta en escena de una obra de escalofriante argumento kitsch que entremezcla princesas autóctonas de poncho, tutú y zapatillas de punta con impiadosos conquistadores hispánicos... 
Indios evangelizados por la palabra del señor que son convertidos por la obra y gracia de "nobles misioneros jesuitas" (sic). Pintorescas deidades del panteón aymara, veneradas pachamamas y ekekos emponchados moviéndose al ritmo de zampoñas, erkes, quenas y sección de cuerdas ad hoc. Una edulcorada coreografía de opereta que narra en clave naif el salvaje sometimiento de las culturas originarias. Todo muy “à la page” para la blanca, pacata, provinciana y conservadora burguesía paceña.


Y allí estoy yo, -aterrorizado por el miedo escénico y la falta de experiencia-, al comando de una batería de dimmers, resistencias, gelatinas, cenitales, spots y seguidores de incomprensible manejo que no acierto a pilotear... Intentando cumplir con un guión imposible cuya lectura me resulta indescifrable...


La función se sume en un caos de apagones y luces que se encienden sin sentido provocando el total desconcierto de bailarines y músicos que, atónitos, se observan entre sí. Nadie alcanza a comprender lo que ocurre. El público no resiste tamaño desatino y se subleva indignado: generalizada rechifla, abucheo ensordecedor y un estremecedor taconeo que asciende desde la platea. Acto seguido el jefe de sala –un cholito petiso y sudoroso- irrumpe en la cabina desplazándome del timón de la consola con ira y violencia descontroladas. Profiriendo insultos en castellano e incomprensibles amenazas en aymará me desaloja a empujones del cubil para adueñarse del comando. Yo no ofrezco resistencia. This is the end my friend! Es debut y despedida en un solo acto: soy cesanteado sin atenuantes antes de que termine la función...



¿La Paz? una batalla perdida en esa desacertada noche inolvidable. 

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