Ø MI BUENOS
AIRES QUERIDO (EL TEATRO Y SU DOBLE)
Finales de 1978, luego de un pequeño exilio, un nuevo regreso al infierno porteño: vuelvo a una ciudad que escondía en un silencio de tumba muertes y
desapariciones, y en dónde algunos tratábamos de aferrarnos a la vida forjando redes afectivas, inventando secretas y creativas rutinas cotidianas.
A pesar del rígido control
que atenazaba las calles, el verano en que llego a Buenos Aires tiene un
discreto encanto subterráneo. Además del rencuentro con la ciudad de las raíces, los rincones adheridos a la memoria y los viejos afectos; surgen nuevos
amigos y actividades creativas.
Los sábados por las mañanas
solíamos tomar clases de Tai-Chi-Chuán en Barrancas de Belgrano, allí, junto a la
glorieta, sobre los solados de viejo ladrillo anaranjado...
En una se esas luminosas mañanas sabatinas alguien que alega conocerme de los viejos tiempos –Gangá Russo- se acerca y me propone integrarme a un naciente proyecto teatral. La idea resulta atractiva...
Asisto a una reunión quasi clandestina del
grupo en cuestión y salgo entusiasmado. Al frente del proyecto está Carlos
Lorca -un viejo conocido de noches adolescentes en que desandábamos Corrientes,
alternando obligadas ginebras en La
Paz , desayunos en La Giralda o cervazas tiradas en el Ramos.
Las reuniones se suceden y
el plan me entusiasma plenamente. Cada vez me comprometo más a fondo con la
idea y la gente que conforma el grupo. Lo llamamos “Germanor” –nunca sabré el porque...- y cada día que pasa son más los que
se suman a esta banda de principiantes actores, todos ellos amateur. La mística del grupo se afirma
y conjugamos una poderosa energía en común.
El objetivo: adaptar un
fragmento del Lobo Estepario de Hermann Hesse –el del Teatro Mágico, Sólo
para Locos- y subirlo a escena en un máximo de tres o cuatro
meses.
Parece ser un plan desmesurado, pero todos estamos convencidos de que será posible...
Luego de 90 días de intenso laboratorio y mucho ensayos, adaptamos el texto de Hesse y, bajo la tutela de Carlos Lorca creíamos tener una obra, pero... funcionaría?
Un lluvioso lunes 13 de agosto de 1979, en el Theatron (Santa Fé y Pueyrredón), estrenamos la “Velada de Teatro Mágico, Sólo para Locos”.
Tengo a mi cargo el protagónico –Harry Haller- y la función de estreno –llena la sala de familiares y amigos- resulta una experiencia estremecedora e inolvidable. Quiero más de eso y eso es lo que más quiero.
Un lluvioso lunes 13 de agosto de 1979, en el Theatron (Santa Fé y Pueyrredón), estrenamos la “Velada de Teatro Mágico, Sólo para Locos”.
Tengo a mi cargo el protagónico –Harry Haller- y la función de estreno –llena la sala de familiares y amigos- resulta una experiencia estremecedora e inolvidable. Quiero más de eso y eso es lo que más quiero.
Las funciones se suceden durante algunos meses –ya
sin parientes ni amigos en la sala- y en octubre llega una propuesta pasmosa:
trasladar la obra al Teatro Planeta,
una sala grande del circuito céntrico (Suipacha y Paraguay).
La primera visita al teatro me impacta: camarines completos y confortables, parrilla de luces con 5 barras de faroles, cenitales, spots y contraluces; dos seguidores y un escenario a la italiana enorme y elevado, que me instalaba en la escena como protagonista; rol que extrañamente no insuflaba en mi ego vanidades desmedidas...
Quizás fuera ésa una de las tantas magias del teatro: trascender el yo, aún desde ese lugar protagónico que cierta convención concede a los que transitamos los escenarios.
El sueño había crecido más allá de lo imaginado. Me sentía en la gloria absoluta. Reestructuramos la obra, adaptamos la escenografía y reestrenamosLa Velada en noviembre '79.
La primera visita al teatro me impacta: camarines completos y confortables, parrilla de luces con 5 barras de faroles, cenitales, spots y contraluces; dos seguidores y un escenario a la italiana enorme y elevado, que me instalaba en la escena como protagonista; rol que extrañamente no insuflaba en mi ego vanidades desmedidas...
Quizás fuera ésa una de las tantas magias del teatro: trascender el yo, aún desde ese lugar protagónico que cierta convención concede a los que transitamos los escenarios.
El sueño había crecido más allá de lo imaginado. Me sentía en la gloria absoluta. Reestructuramos la obra, adaptamos la escenografía y reestrenamos
El fantasma del
verano amenazaba dejarnos sin público, sin embargo la obra se afirma y ofrecemos funciones
de jueves a domingo, lo que nos permite ajustar la puesta, que afinada durante 1980, rueda precisa y veloz como un F-1.
La crítica nos reconoce. La
sensación del éxito nos invade dulcemente...
La vida social se vuelve
agitada y el under porteño nos integra entre sus huestes. Amalgamados entre el rock argento y la movida plástica de la vanguardia vivíamos días de vino y rosas en una subterránea Buenos Aires...
Conformamos un elenco sólido
en el que, además de trabajar enteramente a gusto forjamos sólida camaradería y
amistad. Es una época de logros
personales y enorme plenitud. El presente es intenso, el
futuro promete buenos frutos... La vida sonríe y guiña su
ojo cómplice. No es difícil seguirla.
La metrópolis semidesierta depara
sorpresas. Y yo recupero una ciudad fantasmal pero conocida. Enteramente
para mi. Con su asfalto caliente y sus calles vacías Buenos Aires tiene un
encanto tan particular y perturbador como incomprensible. Por un lado bulle una descomunal energía creativa, pero simultáneamente es una caja de Pandora que esconde sus horrores. Y allí pujaba el deseo de hacer y hacer a pesar de todo el terror que se intuía...
Tal vez esto sólo se
entienda por el delicado estado en que nos encontrábamos entonces, haciendo
funciones a sala quasi llena, disfrutando del escenario y los halagos del
público, reconocidos por los mas cercanos y hasta por cierta prensa alternativa, funcionábamos como un pequeño oasis en el desierto panorama de entonces.
El Teatro Planeta era punto de encuentro obligado de una banda de personajes urbanos que, ávidos de cambio, buscaban abrirse camino entre la cerrazón de aquellos días obscuros.
En personal, yo vivía plenamente proyectado en un universo que completaba armoniosamente cada uno de mis movimientos. Y mis movimientos fluían...
El Teatro Planeta era punto de encuentro obligado de una banda de personajes urbanos que, ávidos de cambio, buscaban abrirse camino entre la cerrazón de aquellos días obscuros.
En personal, yo vivía plenamente proyectado en un universo que completaba armoniosamente cada uno de mis movimientos. Y mis movimientos fluían...
Buscando información de mi pasado encuentro este blog. Esta obra que publicás acá contó con mi participación como esenógrafo. Todos fuimos de la mano de Carlos Lorca hacia nuestro destino. Espero que el tuyo sea de una completa felicidad Javier Suárez. Abrazo.
ResponderEliminarte dejo acá mi correo: adiazmendoza@gmail.com
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