Luego de un día de ayuno, la cita nocturna, es a las ocho, puntual.
Wilder aparenta menos de cuarenta años, lookeado con ropa deportiva "de marca", tiene un aire actual y hasta "canchero". Podría ser un transa o alguien que cambia dinero en la frontera.
Con modos suaves digita la sesión muy informal y relajadamente.
Mientras se arma la ronda en el rancho yo me agencio un rincón. El chamán conduce y los 13 acólitos 13 esperan su momento en la rueda hasta que llega mi turno y apuro de un saque el cuenco de un líquido turbio, espeso y verdoso con densa consistencia de melaza e intenso sabor a hiel.
Los 13 acólitos, apostados en círculo se cubren con mantas y ponchos. Se apagan las luces del rancho y unas volutas de tabaco acre impregnan el aire mezcladas con sospechosas fragancias florales sintéticas. Por entre las siluetas recortadas en lo oscuro ascienden los cantos atonales del chamán. Entre otras lenguas que se dejan oír -abuelito medicina, abuelito medicina es lo único que alcanzo a discernir.
Aguardo algún efecto sostenido en medio loto mientras siguen increscendo los cantos chamánicos sin ton ni son. Entretanto un@s sollozan, otra@s gimen y algun@s lloran. L@s menos emiten risas en sordina. Cada cual atiende su juego.
Yo espero alerta y silencioso mientras con ansiedad mis pensamientos rebotan entre parietales y frontales como la bola enloquecida de un pinball.
Nada nuevo aperece ahí adentro. Ni el anhelado silencio, ni una nueva melodía...
Se viralizan las arcadas y unos tachos de plástico recogen los vómitos que en efecto cascada se multiplican entremezclando sonidos guturales con onomatopéyicos cantares chamánicos. El rancho es un vomitorium. Yo sigo a la espera de algo que no pasa. Siento frío, mucho frío. Y sudo.
El chamán ofrece una segunda pócima que no acepto ya que de momento no acusé recibo de la primera ingesta.
Súbitamente me asalta la necesidad de lanzar, manoteo el tacho y... ¡adentro!
Mi estómago es un regurgitar de líquidos.
Mis pensamientos no cesan ¿y la emoción? bien gracias. La medicina limpia dice el chamán
Soy sólo un cuerpo revuelto en el que se suceden sin orden ni angustia los pensamientos de siempre, nada nuevo.
Ni un atisbo de lúcida introspección.
Mientras el chamán aventura comentarios sin sentido -que intuyo soeces- yo vislumbro un viento gélido barriendo La Quebrada.
Mi cuerpo quebrado es una carga inevitable, una presencia helada e incómoda.
Hey tú, el del rincón; ven! Dice el chamán y yo, obediente y maltrecho, me acerco y me siento frente a él. Wilder comienza a sahumarme con bocanadas de tabaco e ipso facto me asaltan incontenibles náuseas acompañadas de un mareo intenso. Atino el baño y ruedo en el camino. Mojando mi cabeza me asiste el chamán y yo, a gatas, vuelvo a mi rincón. Sofocado y aterído, de aquí en más seré un esclavo de mi malestar anhelando que la farsa termine de una vez (abuelito medicina, abuelito medicina...)
Ni un vislumbre de luz, ni un atisbo de paz. Menos aún una epifanía...
¡Game over! È finito ¡Basta para mi!
Pero la noche es larga en La Quebrada.
Tal vez el límite lo puso mi cuerpo convertido en un obstáculo para una exploración más profunda. No lo sé, dejo abierto el beneficio de ésa duda -pero siento que se me volaron al pedo unos pé imprescindibles.
Ahora sólo quiero una ducha hirviendo, mi cama caliente y terminar las delicadas Memorias de Adriano (ya iniciado en Los Misterios de Eleusis, Mitra y Dyonisios).
Mas la noche es larga; en La Quebrada no amanece y afuera sopla un viento gélido...
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