sábado, 18 de abril de 2015

MEJICANEADA



Tomando la ciudad mas grasa de USA como cabecera de playa para luego dar un salto hacia Mexico, llegamos a Miami en agosto del '94. Salvada ésta primera etapa, emprenderíamos un periplo con Dicky y su mujer –Conchita Consuelo (sic)- a bordo de su Izuzu Trooper , atravesando por tierra el sur de USA 
con destino a México y luego a Guatemala; así lo habíamos planeado con Dicky y Sandra.

Para financiar tamaña aventura decidimos reventar sendas Visa y Dinners card hasta el límite de sus cupos. Cargamos la 4x4 de mercadería y encaramos el circuito –sin la presencia de Consuelo, que, embarazada de dos meses viajó en avión directo a Guatemala.

El embarazo, y la partida de Consuelo modificaron los tiempos del viaje: lo que debió ser un tour de placer sin tiempos preestablecidos se transformó en una alocada carrera contra el tiempo desandando interminables y desencantadas autopistas yankees e insufribles rutas mexicanas. Aquella idea primitiva mutó sin previo aviso y de golpe nos vimos envueltos en una vertiginosa marcha para que Dicky reencontrara su Consuelo –cuanto antes, siempre cuanto antes- en Guatemala City. Y hacia allá fuimos, con prisa y sin pausa.

Si bien el tono del viaje fue el vértigo, hubo algunas paradas memorables.

Aquella mañana luminosa en Palenque, visitábamos las imponentes ruinas mayas en medio de la selva lacandona; cuando –ya agobiados por el sol y los mosquitos impiadosos que asolaban nuestra piel- en medio del verde Yucatán aparece un charro montando al trotecito su pequeño corcel con cargamento de hongos en bandolera... y si... dijimos ¡si!!! sin vacilar -ni siquiera 
averiguar la procedencia ni la calidad del cucumelo en cuestión...

De regreso a la posada, estimulados por el plan, chamuyamos a una galleguita que se alojaba en un bungaloo contiguo, y que dispuesta se sumó al menú... -menudo presente de troya, sin saberlo, le estábamos dejando...

Al mediodía Dicky y yo girábamos salidos de órbita intentado accionar la partida a San Cristóbal de las Casas ante la compasiva mirada de Sandra -que sabiamente se abstuvo de la ingesta... y partimos.

En estado de creciente y cabal intoxicación nos adentramos en la cerrada vegetación selvática. Dicky, risueño al volante, internaba con decisión al Izuzu que ascendía por una estrecha y sinuosa senda de montaña.

La topografía se intrincaba espiralada al compás del hongo que desplegaba sinuosamente su veneno en mi circuito sanguíneo invadiendo mi cabeza con alucinadas sensaciones. Y en una curva mis circuitos colapsan y deviene lo indeseado.

De repente todo gira en una sucesión de espasmos que, combinando fuerzas centrífugas y centrípetas, arrastra mis entrañas hasta expulsarlas por cuanto orificio encontrarasen en su recorrido. El tsunami avanza implacable y una incontinencia de líquidos brota enloquecida sin que yo pueda intentar orientar su dirección. 


Todo se cubrió de mierda y bilis. Los jugos más horribles surgían como un fétido magma de mis esfínteres descontrolados.

Ante la hecatombe, Dicky detiene el móvil a la vera del camino pretendiendo que mis detritos no manchen su preciado vehículo. 


Al toque se acerca una indiecita maya con una guagua cargada a sus espaldas,  otra en brazos y una tercera agarrada de su poncho. En un segundo el móvil es rodeado de ambos flancos por varios pequeños que intentan vendernos guacamoles, papayas y bananas. 

En ese preciso instante atino a sacar el culo excretor por la ventanilla mientras el extremo opuesto de mi castigada anatomía -la cabeza- vomita sus miasmas sobre el asiento adyacente.

En el vórtice de mis impúdicas descargas veo como los demudados rostros de las criaturas palidecen ipso-facto ante la escena. Simultáneamente escucho los gritos horrorizados de la india que, espantada, intenta apartar a los niñitos del ominoso y escatológico espectáculo que imprevistamente se despliega ante sus ojos incrédulos.

La delirante situación y los crispados gritos de la india que –indignada- arriaba a los niños batiéndose en retirada, profiriendo su maldición de Malinche entre gestos de ira, lo que genera en nuestra tripulación un colectivo e incontenible ataque de risa que hace todavía mas intensas mis compulsivas descargas.

Deshidratados, heridos y malolientes llegamos al puesto sanitario de San Cristóbal de las Casas que después de reconstituir compasivamente mi calamitoso estado sugiere un descanso reparador.

Pero Dicky, aferrado al volante no transaba ni un día de descanso –aún ante aquel clamor de esfínteres descontrolados en medio de la selva lacandona que ni un avezado Comandante Marcos hubiera podido conculcar...

La hecatombe se llevó varios kilos de mi persona y recién al cabo de varios días logré recuperar mi averiado organismo de aquellos inocentes "honguitos mayas".

Nos prometimos regresar a Yucatán, aún antes de haber partido.

viernes, 17 de abril de 2015

DIAS DE RADIO


Ø  ALFA

Finales de los '80 luego del derrumbe alfonsinista aparece en la escena política el fenómeno menemista... En simultaneidad surgen las primeras emisoras de FM de baja potencia. Planteadas como canales independientes de comunicación, se amparaban en el bajo costo de montaje que brindaban las "nuevas tecnologías" y en una suerte de agujero legal en la Ley de Radiodifusión del Proceso (que solo contemplaba la existencia de las FM como un anexo a las licencias de AM). En ese contexto empiezan a proliferar las radios "truchas". Sin tener noción de éste fenómeno me entero de su existencia en Argentina a través de mi siempre fiel, atento y emprendedor amigo Federico "Dicky" Baxter quien -de paso en Baires- me comenta el fenómeno y despierta mi interés en un tema cuyo único antecedente para mi era haber sido testigo de su existencia en Bologna, Italia en 1977, cuando por azar me invitaron a una emisora "FM delle Brigatte Rosse" que para mi asombro transmitía clandestinamente desde la habitación de un departamento y pasaba en clave info para los cuadro militantes...
 Evalúo la situación y concluyo que dispongo de medios y contactos para intentar el desarrollo. Estamos en octubre '88, yo cumplo 33 años y pienso que debo ponerme en acción. Y acciono. Comienzo por desandar los aspectos técnicos del asunto (que eran completamente desconocidos para mi) y paralelamente empiezo a desarrollar un modelo de contenidos para poner al aire. Veo una veta posible convocando a mis antiguos compañeros del pasado teatral, a músicos conocidos y a periodistas amigos. La idea era forjar una radio que rompiera con el formato reinante y que, saliendo de los moldes convencionales en la materia, introdujera en su programación una forma y estilo de comunicar apartada de tales convencionalismos (más orientada hacia la línea de la Rock & Pop). También en lo musical delineo un estilo vinculado al Rock pero con vertientes mas jazzeras y vanguardistas.
Transcurrido un tiempo de prouducción monto RADIO ALFA 106.9 MHz. con poca plata y un exaltado e intenso entusiasmo –que hoy no resistiría un análisis racional...
1989, enero. Contra viento y marea ponemos al aire la señal Alfa. Comenzamos las transmisiones durante dos horas diarias desde un modesto estudio montado en el fondo de mi casa y con una potencia de... 5 watts !!! (nada). Las primeras emisiones eran netamente musicales con inserts grabados en el estudio de Camilo Iezzi (Serpiente producciones) que anunciaban marca, frecuencia y teléfono de la "emisora" eran "secos" con los que pisábamos la intro de los temas. 
Increíblemente comienzan a producirse los llamados de los oyentes: son voces al teléfono que contactan para felicitar y... ¡confirman que existimos...!!! Ante tamaña devolución habilitamos un contestador automático y alli registramos los llamados que luego (en un descomunal avance técnico) pondremos al aire... Vamos forjando la radio, mucha gente se acerca y quiere sumarse al proyecto, el entusiasmo crece y contagia...
Se van sumando horas de música al aire hasta que en marzo -nuevo e icónico momento- damos el gran paso gran: emitir en vivo una programación diaria de seis horas seis, un logro tan impensado como estimulante. 
Tengo mi propio espacio en la programación -106 Jam Session se titula el ciclo en un alarde de originalidad... Paso jazz del bueno y leo textos -cuentos y poemas- con informalidad, sin engolamientos. Sin caretear de culto. Bebiendo encendidos Cointreau con café, marco el derrotero de esas noches radiales; la trama se teje y los oyentes van descifrando claves y sonidos.
Voy aprendiendo sobre la marcha el metier radiofónico y la cosa marcha.
El año transcurre in crescendo, uno tras otro los logros se suceden y pinta el primer billete. La programación se consolida al punto de contar con la presencia de las "Loca... como tu madre!", "Los Vergara", Jorge Casal, Obi De fino y Tom Lupo -entre otros conductores- en horarios centrales. 
Se presenta el primer obstáculo a superar: la casa-radio de la calle Miñones es una área copada en la que se mezclan trabajo y vida privada. Me planteo recuperar la casa tomada y mudar la radio de allí, el crecimiento lo amerita y puedo sostener al salto; hay resto, hay red...
Buscando propiedades en alquiler, tomamos un 7º piso en Libertador y Congreso ¡que increíblemente contaba con una antena ya instalada!
RADIO ALFA tiene domicilio nuevo y aumenta su potencia y llegada.


           
         Oyentes de barrios lejanos reportan al aire. Otros medios -gráficos y radiales- dan cuenta de nosotros. Existimos. 



Llega 1990, llega el verano del año que inicia una década y el fenómeno Alfa sigue creciendo, transmitimos 24 horas y se suman a la programación Sergio Villarroel, Ari Paluch y Dherek López, logrando consolidar un perfil propio. Hemos sabido crear un grupo de trabajo sólido y equilibrado. Tengo a mi cargo la dirección –orientándome con más énfasis hacia el área artística de la programación.
Paulatinamente Alfa se va convirtiendo en una marca prestigiosa. Los músicos sienten que es ”su” radio. Somos una alternativa –si bien muy menor- a la Rock & Pop. Y en ese segmento nos vamos posicionando, recogiendo una devolución de oyentes cada vez más numerosos. También algunos diarios y revistas registran nuestra existencia.


NOTA GLORIA GUERRERO REVISTA HUMOR

Parecemos asistir a la construcción del fenómeno Alfa. La fundación de un pequeño mito de la contracultura urbana está en marcha. Y nos sentimos halagados por las mieles del reconocimiento. Empieza a darse un fenómeno que irá consolidándose con los años: muchos de nuestros conductores son tentados por Rock & Pop y pasan a revistar en sus filas.
Si bien esto representa un drenaje para nuestra programación también supone un reconocimiento a nuestra manera de hacer las cosas; a nuestra capacidad para elegir la gente y producir artisticamente los ciclos. Todo ha sucedido tan vertiginosamente que cuando llegamos a fin de año y observamos el recorrido quedamos asombrados al ver el impensado resultado que hemos cosechado. El proyecto Alfa va rodando sin tropiezos. Y todo parece indicar que tan solo estamos en los comienzos...

AUSPICIO FESTIVAL INTERNACIONAL DE BLUES BUENOS AIRES 1991






martes, 7 de abril de 2015

Polvos limeños

Ø  POLVOS LIMEÑOS

Durante el transcurso de las funciones de la “Velada de Teatro Mágico -sólo para locos” había conocido a Quique Luccone –llegó al teatro traído por el Ferchu, un viejo amigo de la adolescencia- que al cabo de tantas asistencias terminó ganándose nuestra confianza. Era un habitual proveedor de cocaína y sus convites siempre eran bienvenidos entre las filas de un elenco muy proclive a los excesos...
 Transcurre el mes de mayo. Estamos comiendo un asado en la casa del Ferchu y azarosamente –entre whiskys y pases de sobremesa- hablamos del negocio de la merca. Así me entero del mecanismo de compra y venta del veneno. Me cuentan que habitualmente el Ferchu viaja a Santa Cruz de la Sierra y es el quién trae la merca que consumimos. Pero que quién financia las operaciones es Quique y que ahora es él quien tiene la intención de ir a Lima, Perú, porque allá el producto tiene mejor calidad y menor costo.
 Irreflexivamente -tentado por lo fácil que aparentaba ser la movida y los márgenes que dejaba- le propongo mi participación en el negocio. Inesperadamente dice que si. Pactamos el acuerdo y fijamos fecha para la partida.
 Casi sin solución de continuidad preparo mi canuto: traeré 1 Kilo camuflado en el estuche de mi flauta traversa -aquella que me acompañara en tantos circuitos europeos...
Armo el pull de compradores que aportarán capital para el busines –algo así como u$s 2000- y el 20 de mayo despegamos hacia Lima con escala en Salta, la linda.
Supuestamente Don Luccone tenía firmes contactos en Lima...
A poco de llegar la realidad lo desmiente. No hay tales contactos. Ya jugados, hay que conseguir la merca como sea. Pero no sabemos dónde. Ni como.
Quique Luccone está paralizado y no atina reacción alguna. Los días pasan y nada.

Una tarde abordamos un taxi y casi sin pensarlo disparo la pregunta: ¿dónde se puede conseguir algo para... tomar...? ¿para tomar? Me responde el chofer mirando con aire de complicidad por el espejito retrovisor. Sí, para levantar el ánimo... –digo.
Sigue un diálogo en clave de secreta complicidad y él nos asegura que tiene posibilidades de procurar lo que buscamos. Quedamos en que a la mañana del día siguiente nos pasará a buscar por el hotel para definir los términos del negocio...

A las 10:00 dice presente en la recepción y abordamos su VW fusca rojo y desvencijado con rumbo desconocido.
El periplo nos lleva hacia las afueras de Lima. Periferia 3º world, you know…
 Si bien habíamos tenido la precaución de dejar el cash en el hotel nuestra desconfianza empieza a crecer cuando nos internamos en una gigantesca villa miseria de un suburbio alejado. Pensamos que en breve tendríamos problemas...
Estamos a una hora de Lima, en un paraje marginal y rodeados por cholos que nos observan animosamente... Nos detenemos en una chabola de adobe, la calle es un barrial de aguas servidas. El taxista ordena que no nos bajemos del coche; que lo esperemos dentro y con las puertas trabadas.
Al quedarnos solos Luccone monta en pánico; pretende que nos bajemos y salgamos de allí. Trato de calmarlo explicándole que no sabríamos a dónde ni como salir de ese laberinto. Tranquilizate, le digo, está todo bien, no llevamos nada encima que pueda interesarles.
Al cabo de un rato –que pareció eterno- vuelve nuestro cicerón... Mientras intenta poner en marcha el auto nos dice que las novedades no son buenas. El motor no responde. Insiste y nada. Vuelve a intentarlo y muerto. Comienzan a rodearnos los lugareños. Imaginamos lo peor. En un segundo pensamos como zafar del quilombo.
Sin embargo ellos sólo tratan de ayudarnos a mover el Volkswagen... Empujan y el motor se pone en marcha. Salimos airosos de ese pantano de paranoia. Pero la merca sigue sin aparecer...

Al día siguiente –cuando ya estábamos en tiempo de descuento- nuestro taximan aparece diciendo que hay un nuevo contacto.
Otra vez a bordo de su fusca colorado –pero ya más confiados- nos entregamos al destino que el decide. Nos previene que iremos a... ¡un cuartel militar!!! Asegura que el dato es posta y que allí tienen lo nuestro. Segurito, pués –acota...
Al cabo, estamos ingresando en una base del ejército.
Previa requisa del móvil -acompañada de los obligados saludos marciales- nos recibe en su despacho un simpático y locuáz teniente que al reír –cosa que hacía al final de cada frase- exhibe una dentadura desbordante en piezas de oro y plata. Nos hace esperar en su oficina. Habla a solas con nuestro hombre –que a la sazón ya era un amigo... y finalmente confirma que la transacción es viable. Pero no hoy, desde ya. Por lo menos necesito un semana –dice el oficial.
¡Imposible!!! –replicamos nosotros a coro-, nuestro ticket de vuelta se vence en dos días... Entonces no way –responde el milico.
De nuevo la paranoia. Nos despide murmurando algo al oído de nuestro guía y salimos de la oficina. ¿y ahora qué? Preguntamos con un aire de fracaso y desaliento a nuestro alfil.
Ya veremos pués –responde misterioso el contacto limeño.
Regresamos al hotel sin que medie una palabra en todo el trecho. Al bajarnos dice que mañana se comunicará con nosotros.

La desazón nos embarga dejándonos sin ideas alternativas. Todo parece haber terminado en un fracaso estrepitoso. Sólo nos queda un día en Lima y nada hay.
Es jueves por la tarde y el avión a Buenos Aires sale el sábado a las 7:00 de la mañana.
Hay 36 horas para procurar lo imposible.
A última hora de la noche nos pasan un llamado a la habitación del hotel. Es nuestro hombre en Lima. Dice que ahorita sí, que mañanita por la mañana segurito tendremos lo nuestro. Perdidos por perdidos sólo podemos confiar un vez más...
Llega la ansiada mañana y el fulano ni aparece ¡Horror! Regreso sin gloria ni mercancía, ese parece ser nuestro destino.
Al mediodía se produce el llamado milagroso. Estoy yendo para allí -dice entusiasta- apróntense pues, que llegaré en media horita ¿ya?. Aparece a los 15 minutos. Vamos pues, compadres -nos dice jubiloso. ¿tienen el dinero? Nos miramos incrédulos ante la frontalidad de la pregunta que nunca antes había formulado. Dudamos. Primero sepamos de que se trata, decimos. Ah no, compadre... esto es un movimiento y se arregla ahicito nomás. Sin más trámite... ¿entonces, qué hacen? –dice cortante. ¿Qué hacer?, -pensamos... ¿correr el riesgo de la última oportunidad o dejar pasar la ocasión? Nos miramos. Por las mías digo sí. Quique piensa... Finalmente dice OK. Buscamos la guita escondida en la habitación y partimos nuevamente con rumbo desconocido...

Ingenuamente pensamos que al ser pleno mediodía es todo más seguro, pero... ¿a dónde nos lleva este desconocido? Y con 4000 dólares encima.
El viaje es corto. Llegamos a un barrio clase media. Estacionamos en la vereda de una plaza. Hay gente en los bancos. Todo está tranquilo. Vamos bien. Al instante, atrás nuestro frena bruscamente un enorme sedán americano –Cadillac año ’60, negro reluciente, 4 puertas, vidrios polarizados. De su interior emerge ensordecedor el ritmo de una cumbia bailantera...
Nuestro hombre baja y -una vez mas...- pide que nos quedemos en el auto. Obedecemos. Se dirige hacia el móvil del Avispón Verde. Se abre la puerta trasera y sube.

Al cabo de unos minutos –mientras por el parabrisas sólo veíamos la cabeza de un pequeño conductor con enormes lentes negros, camisa floreada, tez oscura y cabello engominado en actitud impasible- regresa al coche y dice que todo está OK. Nos da un pequeño papel de cigarrillos y acota: éste es el pó. A 5 millones el kilo. Ahorita pruébenlo. Si está bien me dan los soles y traigo el polvo. Incrédulos nos miramos sin atinar a responder. Deliberamos. Sólo tenemos 4.000, y son dólares, que al cambio no llegan a ser ni 8 millones... Además querríamos pesarla. Esperen, dice él –que ya casi se comportaba como nuestro jefe. Baja nuevamente y desaparece dentro de la enorme mole de lustrosa chapa negra. Vuelve y dice: quieren Soles y ya está pesada. Venga uno conmigo y arréglese con ellos. Luccone se ofrece a ir. Acepto y le encomiendo que esté atento y no cierre trato hasta ver la merca y probarla de nuevo. Le pregunto si es capáz de calcular el peso en función del volumen. Dice que sé. Confío. Pongo mis 2.000 en sus manos y me encomiendo al Inca.
Estoy sólo en el fusca y la espera se hace eterna. No entiendo porque no vuelven. Hace calor y estoy muy nervioso. La música sigue a un volumen insoportable para cualquier tímpano humano. Pero a la vez es lo único que me da seguridad, no sé porqué. Al tiempo –cuando ya mi paciencia expiraba- llegan ambos y suben al escarabajo. Quique está totalmente transpirado, empapado como si saliera de una ducha, pero blanco como un papel. Arrancamos y le pido que me diga lo que pasó. Casi no puede hablar. Me preocupo. ¿cómo fue todo? –pregunto alterado. Bien –responde parco y me muestra un paquete envuelto en periódicos. Respiro.

Llegamos al hotel y nos despedimos del peruano.
Una vez arriba Luccone se encierra en el baño con el paquete. Intento abrir la puerta. Está cerrada con llave. Golpeo y no abre. Vuelvo a golpear con violencia. Nada. Pateo. Escucho la cerradura girar y veo una mano que desde el piso, abre la puerta. Quique está tirado y el paquete abierto sobre el inodoro muestra una montaña enorme de polvo blancuzco y brillante. Mis sensaciones se mezclan. A la tranquilidad que siento por ver la coca se la suma el desconcierto de no entender que le pasa a éste pibe. Intento que diga algo. Me mira atónito desde el suelo. Sin reacción. Me asusto. Le mojo la cabeza. Sigue igual. Pienso en llamar a la recepción por un médico. Al toque registro que es absurdo, con dos kilos (¿serían dos...?) de merca ahí... Me sereno. Vuelvo a preguntarle que le pasa; que tiene. Lo zamarreo. Lo cacheteo. Parece querer reaccionar. Me calmo.
Intenta balbucear unas palabras que no entiendo pero vuelve a derramarse por el piso. Mañana a las 6:00 tenemos que volar –pienso- y hay que preparar todo y no se que hora será pero seguro que es casi de noche y no se que hacer con este pibe en este estado de catarsis.
Mientras todas las dudas resuenan en mi cabeza Lucone atina a reaccionar. Me mira -logra fijar la mirada!!! Eso está mejor me digo, y le digo: ¿estás mejor? Asiente con la cabeza. Bueno, tomá agua y contáme que te pasa. No sé –contesta- creo que me pasé de vueltas con la merca; es pura al 90%... ¡Ah!... ¡Boludo! contesto como para mi.
Me voy a descansar un rato. El pide una botella de JB y se sirve un vaso sin hielo. Yo acompaño el mío con 2 piedras. Nos relajamos y brindamos sobre el absurdo de esa última noche limeña.

Preparamos los respectivos canutos con la incertidumbre de no saber que cantidad hemos comprado. El estuche de mi flauta queda a prueba de cualquier control aduanero. Su maletín no parece brindar la misma seguridad. Intento retocar el falso fondo de su ataché pero el resultado final no me convence... Mañana será otro día –pienso- ahora hay que cenar y descansar. Eso le propongo pero el arguye no tener hambre... está duro como una puerta... Y quiere seguir tomando.
Yo encaro mi cena y lo dejo en la habitación. Al regresar su estado es preocupante por demás. Me encomiendo a los dioses e intento dormir.
Me despierto al cabo de unas horas y compruebo que mi colega no está. Intento conciliar el sueño nuevamente y cuando la claridad del alba que me despierta, recortándose en el marco de la puerta asoma la figura de Luccone. Está completamente desaliñado: la camisa hecha jirones, la cara magullada, el labio partido y un ojo en compota. Parece un retrato de Bacon.
Me explica sollozando que se fue a la disco y en un entrevero de polleras cobró a lo grande. Está desesperado por su aspecto, y el viaje; en ciernes. Un nuevo y alarmante signo de preocupación me embarga rápidamente: encarar migraciones con 1 kilo y un fulano en ese estado brinda pocas garantías. Pero la partida es inminente. Trato de no pensar demasiado. Andá y duchate con agua fría, despejate bien y después vemos como te arreglamos, dale que no hay tiempo; le digo intentando ocultar mi desesperación. Por si hay cuestionamientos a su aspecto armo la coartada de que sufrió un intento de robo la noche anterior... no es tan convincente ni original como su aspecto, pero algún texto hay que tener para pelar...

Llegamos al aeropuerto a las 6:00. Encaro migraciones con absoluta confianza en mis fuerzas y una simpática y positiva actitud. El socio decide tomarse unos minutos antes de enfilar ¿al matadero?... Paso sin contingencias y lo saludo desde la sala de embarque. Me mira asustado y pienso que su cara es una invitación a perder... Afortunadamente el oficial de migraciones estaba en un buen -¿o mal? día y después de un extenso interrogatorio pasa al próximo nivel. El primer escollo está salvado.
Gran alivio gran.
Ahora vendrán ocho horas de viaje hasta Ezeiza, serán horas a bordo de un 747 en el que,  apoltronado en su butaca del pasillo, Luccone abría reiteradamente su attache y lo rociaba copiosamente con Opium YSL –su fragancia predilecta- hasta el desembarco en tierra patria…  
Allí nos espera el verdadero filtro. Me dirijo a la fila “Nada para declarar” y salgo airoso ante el cálido recibimiento del agente aduanero. El compañero Quique también pasa exitosamente.

Es una hermosa mañana de sábado y atravesamos las puertas de salida buscando un confortable remís...
La vuelta depara días de vida agitada. Sin haber meditado previamente en las vicisitudes que acarrearía el deshacerme de tamaño cargamento –finalmente habría de resultar poco mas de un kilo y medio (y no dos...) que dividimos en partes iguales...
De golpe me veo atendiendo un “kiosko” para un público invasivo que no respeta horarios ni límites cuando trata de procurar su dosis. Me siento en un submundo indeseable en el que la sórdida densidad que reina impregna cada gesto.
Sin embargo –quizás cebado por el ingreso de guita fácil- acepto una “invitación” del Ferchu para un nuevo viaje –esta vez a Santa Cruz de la Sierra, Bolivia- y hacia allá me dirijo el 16 de mayo para regresar en cuatro días –esta vez con el peso correcto y sin mayores contratiempos- con otro kilo en el estuche de mi flauta (aquella que me acompañara en el metro catalán...)


Otra vez al ruedo y al “kiosko” indeseado, pero ahora con más experiencia en el tema, manejando mejor la situación, poniendo límites: “sofisticando” la actuación monto un personaje de “dealer-dandy-chic” que, ataviado al uso new-wave ochentoso despachaba sus raciones desde Shams –boliche nocturno en el que disponía de un rincón exclusivo con mesita personal y frapera de champagne ad-hoc… (y buehhh, quien no tuvo su fantasía little Italy; la mía, a la “façon de Marseille”). 

Para Federico "Dicky" Baxter

Junio del '77. Pleno invierno en la ciudad, fría por fuera, gélida por dentro. El tiempo parece detenido, la espera se hace intolerable. Para aliviarla organizamos un nuevo viaje a Bolivia –cuya altura, su cultura y la promesa de aventuras eran un imán de poder irresistible- con mi inseparable amigo Dicky.
Con la excusa de traer sweters de lana de llama y alpaca para luego venderlos en Buenos Aires, nos montamos al traqueteo del Estrella del Norte que nos lleva hasta La Quiaca pasando por la ominosa noche tucumana.
El 20 de junio cruzamos a Villazón para, desde ahí, subirnos al ferrocarril boliviano que nos dejará en La Paz. El trayecto rebosa de imprevistos: coyas con sus cargas portentosas ocupando los asientos, animales de corral compartiendo los vagones; absurdos controles aduaneros que obligaban al pasaje a evadirse por los techos del convoy en movimiento, gente viajando, comiendo y durmiendo por el piso.
Cercados por una gritería permanente, olores penetrantes a comida, domados de prepo en los incontables retenes militares, y con etcéteras varios sucediéndose durante esos días de marcha forzada; avanzamos despacio por el riel atravesando eternos túneles, rodeando cerros yermos y cortando el áspero altiplano de Oruro hasta llegar a La Paz y allí enfilar hacia el Hotel Italia –un clásico tugurio de gringos en tránsito...

PACTO PARA SIEMPRE

Cumplida la “misión comercial” nos concedemos una bien merecida “licencia turística”: Será una memorable escapada a los Yungas paceños.
Aquel amanecer invernal dejamos La Paz rumbo al trópico, cercano en kilómetros pero tan lejano en su sinuoso recorrido. Abordamos la caja de un camión repleto de viajeros con rostros tallados en el tiempo y mirada inescrutable -indios nobles de pieles curtidas; inmutables, con la dignidad de su raza forjada en antigua y camuflada resistencia.
De arranque nomás –todavía clareando- el ascenso a El Alto escarcha nuestro aliento y en los bolsos ya no queda más abrigo que ponerse...
Seguimos escalando hasta los 5.300 helados metros, las gélidas alturas de Chacaltaya -las cumbres recortadas contra en cielo. Los picos nevados al alcance de las manos y las manos congeladas. Sobre las caras ateridas, el cielo iluminado por el leve sol del amanecer. A la vera del camino llamas altivas en corrales de piedra gris y un pastor solitario e imperturbable que ignora nuestro paso ruidoso. Trabajosamente trepa el camión por el camino barroso de aguanieve.
Cuando la cuesta lucía invencible el camión se toma un respiro y respira: detrás de una cerrada curva aparece un declive descendente en el camino. La marcha se aligera, lentamente el frío va cediendo. La montaña árida, ascética y desértica se salpica de algún verde aventurado. Los indios con los que viajamos sonríen tímidamente; los rostros se ablandan.
El frío afloja. El vehículo apura el descenso con ganas renovadas. El aire se carga de humedad. El calor se deja sentir reviviendo los cuerpos encerrados. Los pasajeros se sacan sus ponchos, abrigos y gorros. El ambiente se va animando. El verde del paisaje invade la senda.

ZAMPOÑA , MELENA Y PONCHO...
Han transcurrido tan sólo tres horas de viaje y todo fue cambiado a cada instante. Las caídas de agua llueven vigorosas al borde del camino. Hace mucho calor y unos enormes pájaros vuelan sobre nuestras cabezas. Siguen amistosos al camión y parecen rozarnos en su vuelo circular. Los indios ríen francos y saludan a las aves ¡las Marías! ¡las Marías! gritan alegres y a coro. Dicky y yo nos miramos asombrados. Ya estamos todos en camisa. El calor abruma. El verde arbóreo de la selva es compacto y generoso. El trópico revela sus humores. Los arroyos tejen corrientes veloces a la vera del camino. Una imagen insólita aparece recurrente: gente de raza negra vestida de coya. Cholos negros. Son los descendientes de remotos esclavos coloniales que al liberarse se asimilaron a la cultura aymara. Hermanados con el indio se afincaron en estos valles tropicales; y aquí, la generosa selva adoptiva les devolvió el recuerdo de la perdida madre África.
Estamos en los Yungas. Es mediodía y después de siete horas de viaje llegamos a Caranavi que será el símbolo inolvidable de nuestra visita a La Paz.
Aquí pasaremos una semana alucinada de baños en un río torrentoso, comiendo deliciosos mangos, chirimoyas y papayas; jugando algún partido de fútbol en un claro de la selva, con la luna y el sol como testigos silenciosos de un generoso 12 a 9 en medio de aquel atardecer estereofónico.

Recargados, volvimos a la Paz y desde allí -con los bolsos repletos de artesanías y el corazón ampliado de emociones- pegamos la vuelta a Buenos Aires. 

lunes, 6 de abril de 2015

Chez moi

LIVING HERE
MANTAS & ALMOHADONES GUATE
ESCRITORIO, BICI & TELE
FLORIPONDIO




PICCOLO GIARDINO

PARRILLA
EL BULO

BULO & TERRAZA

BIORZI

OBVIO...

TERRAZA

ELLAS, LAS MAS BELLAS...

CATAPLASMA SHOW



1982 En abril se desata la incomprensible invasión a Malvinas con la consecuente guerra perdida. 

En ese contexto se irá incubando un nuevo proyecto teatral que dará inicio a un espectáculo cuyo género el under vernáculo nunca había abordado todavía: El varieté.

Con la banda residual de "La velada" desarrollaremos una nueva y recreada versión del varieté tradicional que nos tendrá como protagonistas...

La verdadera historia de esta movida arranca cuando, (tiempo antes de que existieran el Café Einstein, el Parakultural, las Gambas al Ajillo, Los Melli, Los Peinados Yoli y tantos otros que vinieron luego) algunos de los que integrábamos el elenco de la "Velada" junto a otros actores y músicos creamos la “Compañía de Variedades Maní con Chocolate” reapareciendo en la escena del under vernáculo... 

LAS CHISPAS DEL VARIETÈ

La idea: montar un show de características inéditas -que hará que el género vuelva a vivir desde un anónimo bar en San Telmo con un enorme proyecto por delante. Era una buena propuesta para incentivar las ganas y la imaginación en un clima social de bajón general que pedía a gritos aires de cambio...

Basado en una sucesión de scketchs individuales -con dirección y puesta en escena de Carlos Lorca, armamos un espectáculo humorístico –con el soporte de un power trio en vivo: Camilo Iezzi en bajo, Carlos Anetta en batería y Jorge Alem en guitarra.

Trabajamos  el género desde “una dinámica vertiginosa en la que la sucesión de números hace viajar al espectador sin solución de continuidad por un universo de desairado e irreverente desparpajo”. (Así, textual, rezaban las gacetillas a la sazón)

El “Cataplasma Show y las Chispas del Varieté” se estrena en el Bar del 900 -Bolívar 375- un patriótico sábado 25 de mayo a la medianoche.

En lo personal, no soy de la partida el día del estreno. Sentía que no era mi momento para el show. Pero en la segunda función ya estaba montado sobre el escenario caracterizado como el Ideólogo del Varieté.

         Un monologuista delirante, sarcástico, tierno, crítico y burlón que se irá consolidando como uno de los números fuertes del show –falsas modestias huelgan- cuyas funciones itinerantes se suceden durante un año... 

EL IDEÓLOGO DEL VARIETÉ


IDEÓLOGO & CARLOS GARDEL


Nuevamente la pasión por la actuación renace con fuerza y traerá memorables noches de funciones en bares y teatros. Otra vez girando en la rueda, otra vez los días de vino, rosas y aquella expansiva plenitud... 

DAME TU SALIVA NENE

        A tal punto funciona el espectáculo que nos ofrecen llevar el show a diferentes discotecas. Se suceden funciones en La Plata, Vicente López, y Pinamar. Presentaciones varias que van dándole al Cataplasma una bien ganada condición de mito de las noches under del circuito porteño.




           Eran épocas extrañas en las que -después de la guerra perdida en Malvinas- el clima del proceso empezaba a derrumbarse, ya se olían aires de cambio y hasta alguna brisa de libertad se percibía en el ambiente...

           La gente necesitaba un punto de fuga y –modestamente y en su medida- nuestro “cabaret de posguerra”, ayudaba a alimentar ese deseo desde su locura irreverente, su insolente ironía y su crítica mirada del encorsetado, careta y pacato mundo de entonces. Vientos de nueva democracia empezaban a soplar...